viernes, 28 de diciembre de 2007

FELIZ AÑO NUEVO!!!

Para todos (especialmente para padres que pueden, con la manguera de los límites y con el agua, a veces turbia, de la educación, apagar el fuego que hay en sus hijos) Feliz 2008!!!

“Cuantas veces les he aconsejado a los que acuden a mí, en su angustia y en su desaliento, que se vuelquen al arte y se dejen tomar por las fuerzas invisibles que operan en nosotros. Todo niño es un artista que canta, baila, pinta, cuenta historias y construye castillos. Los grandes artistas son personas extrañas que han logrado preservar en el fondo de su alma esa candidez sagrada de la niñez y de los hombres que llamamos primitivos, y por eso provocan la risa de los estúpidos. En diferentes grados, la capacidad creativa pertenece a todo hombre, no necesariamente como una actividad superior o exclusiva. ¡Cuánto nos pueden enseñar los pueblos antiguos donde todos, más allá de las desdichas o de los infortunios, se reunían para bailar y cantar! El arte es un don que repara el alma de los fracasos y de los sinsabores. Nos alienta a cumplir la utopía a la que fuimos destinados.”
La resistencia, Ernesto Sábato

martes, 18 de diciembre de 2007

Amores aislados

"habrá que convencer a las viudas del hombre
que todavía sueñan y despiertan
a los que se quedaron sin hijos y sin rumbo
en un fatal único parpadeo
habrá que convencer a huérfanos de asombro
uno por uno habrá que convencerlos
con una verdad pobre irrefutable
que todos somos deudos de sus muertos"
Mario Benedetti

Los despertaron al amanecer y les indicaron que se pusieran el uniforme y subieran a los camiones. Los jóvenes soldados del batallón 404 de Mendoza no sabían hacia donde se dirigían; con lagañas en los ojos y temblorosos por aquella desapacible noche de abril, “Chaco” –así le decían a Ramón Fernández por su procedencia- y sus compañeros se preguntaban adonde los enviarían a esa hora y tan imprevistamente.
“Chaco” fue el primero en subir entre los de su grupo. Se acomodó entre los hierros y la lona húmeda que cubría la parte trasera del camión y extrajo de un bolsillo de su campera una foto de Felisa, su novia. Se limpió la nariz con la manga, puso la foto debajo de su pierna izquierda y extrajo de otro bolsillo una hoja de cuaderno que desde hacía tres días tenía consigo.
En Metán, pueblo natal de Ramón, Felisa no podía conciliar el sueño facilmente desde que su novio había ingresado al servicio militar. Aún cursaba el quinto año del colegio secundario y en los recreos no hacía otra cosa que pensar en su pareja, que subido ya en aquel camión, después de tres horas de viaje, se enteró que su destino era Puerto Argentino, en las Islas Malvinas.
Ramón frotó con sus manos la birome azul que un cabo le había prestado y se decidió a comenzar la carta que tenía ganas de escribir desde hacía unos cuantos días, para plasmar en aquel papel todo lo que sentía por Felisa. Escribió las primeras líneas con un compañero dormido sobre su hombro y tras completar la primera carilla, pensando una frase más, se apoyó sobre su fusil, lagrimeó un poco y decidió guardar la carta para continuar más adelante.
Cuando el comunicado Nº1 del gobierno militar informó sobre la recuperación de las Islas Malvinas, la madre de Felisa dejó de revolver la salsa de tomates que estaba preparando. Ni bien llegó su hija del colegio y recibió la noticia, se puso a llorar, imaginando que su novio podría estar involucrado en aquella gesta.
Con el paso de los días llegaron los primeros informes acerca de la invasión inglesa para recuperar las islas sureñas y la inevitable guerra en la que “Chaco” se vería involucrado.
Una vez instalados en Puerto Argentino, Ramón completó cuatro carillas más de aquella carta, donde le recordaba a su enamorada aquellos paseos primaverales a orillas del río Chajarí, cómo se habían divertido en los últimos carnavales antes de su reclutamiento y cuánto la amaba.
- ¿Todavía estás con esa carta, Chaquito? Le preguntó su compañero de trinchera.
-Y sí, si supieras cuanto me quiere la Felisa. No sabés como la extraño.
-Por lo que me contaste, lo que debés extrañar vos es el morfi de la vieja, qué bien nos vendrían ahora unos ravioles; la verdad es que estoy muerto de hambre.
Los soldados argentinos, mal comidos, y sin el abrigo apropiado para aquel recóndito lugar, luchaban con sus palas para sacar un poco de la escarcha que tenían en el suelo de la trinchera. La comida escaseaba y la comunicación entre puesto y puesto era muy mala.
Una noche, a lo lejos, “Chaco” y sus compañeros de trinchera escucharon los primeros estruendos y fueron viendo como los destellos de las explosiones se iban acercando.
Felisa rezaba todas las noches antes de dormir. Le pedía a San Gabriel que cuidara de Ramón, quien nunca llegó a enviar aquella carta, pues al momento de la rendición de su tropa aún la tenía en el bolsillo de su chaqueta.

lunes, 10 de diciembre de 2007

EL MOZO

Cuando un mozo sale de su casa con las últimas lumbres del día va en busca de su platita diaria, esperando que los clientes sean amables, pacientes y generosos, pero la vida del camarero nocturno no es para cualquiera, sobre todo si ya se contrajo matrimonio y más aún si se tiene un hijo
El traqueteo entre mesa y mesa, las luces de la noche, las buenas propinas y el destello de las copas y los vasos le hacen a uno todo cuesta arriba, pero lo complicado de cada jornada laboral no es el mientras, sino el después, cuando con los compañeros, previamente y según la facturación del caso, ya en los últimos tramos de la noche, comienzan a entrecruzarse guiños y gestos que auguran una salida que nadie sabe a qué hora puede concluir. Siempre está el que tarda en cambiarse, el que rápidamente está listo con su uniforme arrugado en la mochila, y las compañeras que, libres en cuerpo y alma, por fin se sueltan el pelo y se visten con aquella ropa que no antojadizamente escogieron aquella tarde.
Cada grupo, de cada restaurante, suele tener un bar cercano al lugar de trabajo dónde se hacen las primeras armas, quizás aguardando a los encargados del cierre o a aquellos que debieron atender a los últimos comensales. Luego se escoge, con el mayor consenso posible, el próximo punto de reunión, que generalmente no varía mucho, ya que al gastronómico no hay cosa que le caiga mejor que sentirse cliente, poder pedir “lo de siempre”, llamar a su colega por el nombre de pila y esas minucias que también son habituales en el común de los porteños.
Hay veladas más largas que otras, algunas interminables, y otras de un triste final, como aquella en la que con mis compañeros se nos ocurrió deambular por la tierra de la malta, dar algunas vueltas por los recovecos del vodka con speed y pegar las hurras finales con unas rondas de Margarita, una combinación de tequila, triple sec, jugo de limón y azúcar, coronada con sal y una rueda de lima.
Esa noche llegué a casa cuando el sol estaba pintando de celeste las primeras líneas del pentagrama de esta ciudad construida de espaldas al río. Colectiveros y taxistas, algunos habitantes permanentes de las calles y el encargado de la panadería de la vuelta me vieron llegar tambaleante a destino. A unos diez metros de la puerta del edificio saqué el llavero y comencé ahí mismo una batalla con lo sonoro: todo debía realizarlo sigilosamente. Tomé la llave que en su parte plana tiene cavidades de distintos tamaños y profundidades y la introduje en la cerradura. La puerta principal, por suerte, no fue mayor obstáculo en mi regreso al dulce hogar. Las plantas y flores secas que adornaban el hall de entrada estaban inmóviles como siempre. Los sillones de caña color caoba con almohadones blancos me invitaban a descansar, pero debía seguir mi camino sin interrupciones. Me detuve frente al espejo y analicé un poco mi imagen: ojos vidriosos, ojeras algo acentuadas y la barba que parecía ya estar asomando
Iba a subir por el ascensor, pero evaluando que vivía en el segundo piso, opté por la escalera; el ascensor irrumpiría en aquel silencio como la erupción del Vesubio frente a los ojos de una incrédula Nápoles. Cuando subí los veintidós escalones que me separaban del primer piso, el caniche del “C” dio tres ladridos que me aturdieron. Me quedé quieto y se calló. Fue entonces cuando decidí sacarme los zapatos y llevarlos en la mano.
Al llegar al segundo, cuando estuve parado frente a la puerta de mi departamento, me insulté a mí mismo por haber guardado las llaves de nuevo en la mochila. Apoyé los zapatos en el piso, me puse en cuclillas y abrí el cierre de aquel bolsillo con cuidado. Agarré el llavero y con la habilidad de un punguista separé la llave correspondiente a la cerradura de abajo de la puerta de casa. Hacía tiempo que mi mujer había decidido cerrarla con una sola traba para que yo hiciera el menor ruido posible al llegar.
Finalmente estuve adentro. Pensé en ir a tomar agua a la heladera, pero no quise siquiera que aquella luz se encendiera. No era conveniente. A ciegas dejé la mochila arriba del sillón del living y con aire victorioso me dirigí hacia el cuarto. Mi mujer en nuestra cama y la beba en su cuna dormían plácidamente. Me saqué la remera, los pantalones y las medias, y de manera prolija intenté dejar todo en el piso. Al tantear la almohada recordé que estaba puesto el juego de sábanas que hacía dos semanas le había regalado a mi señora para el Día de la Madre. Decidí disfrutar de aquella tersura por completo y también me quité el calzoncillo. La sonrisa victoriosa era casi plena. Me senté en la cama, abrí las sábanas, me oculté bajo ellas, y me puse de espaldas a mi señora, imaginando que entre sueños podría oler mi aliento impregnado de alcohol.
El roce con las sábanas me produjo una pequeña erección. Como de la nada vino a mi mente la figura de Claudia, una de las camareras que había entrado al restaurante dos meses atrás. No tenía un cuerpo ni un rostro especialmente agraciados, pero su sonrisa y el brillo de sus ojos me habían llamado la atención desde el primer día. Su manera de hablar y de mirarme cuando le explicaba algo concerniente al trabajo me producían un cosquilleo adolescente.
No podía creerlo. Me invadieron unas súbitas ganar de orinar, que traían aparejadas otra vez una aventura llena de posibles ruidos que me delatarían ante mi familia. Pensé en aguantarme pero rápidamente supe que sería imposible. Debía levantarme, ir hasta el baño, tomar la decisión de tirar o no la cadena y volver a la cama. Sin tropiezos. Sin ruidos.
Me levanté y fui tanteando paredes hasta toparme con la puerta del baño. Nunca dudé: no encendería la luz. Entré al baño, y con sumo cuidado cerré la puerta. Cuando quise apoyarme en la pared noté que en lugar de los azulejos había un empapelado rugoso. Estaba perdido, desorientado. Cuando me di vuelta y vi el círculo rojo flotando en la oscuridad lo comprendí todo. Estaba en el pasillo, con la puerta del departamento cerrada, sin llaves, desnudo y con unas ganas tremendas de mear.
Quise pensar. Me rasqué la cabeza pero no tardé mucho en darme cuenta que la única solución era tocar el timbre y despertar a mi esposa, y quizás a la beba. Todo aquel combate con los ruidos había sido en vano. Ya nada tenía sentido.
Sólo hizo falta que llamara una vez para que mi mujer se levantase. Cuando abrió la puerta con los ojos entrecerrados, el cabello revuelto y la paciencia colmada, al verme completamente desnudo en el pasillo, sólo atinó a preguntarme:
_¿ Qué hacés así?
_ Permiso - le dije cubriéndome con una mano y la hice a un lado -, me estoy meando.

viernes, 30 de noviembre de 2007

GUERRA

Hongos de polietileno
retrasan la muerte de unos
aceleran la vida de otros
y desencadenan voraces informativos


Servicios muy inteligentes
se rodean de conferencias apropiadas,
que le susurran por lo alto
lo que está pasando a un mundo que
de esto sabe mucho, pero recuerda poco


Multitudinarias marchas
de veredas distantes
se aglomeran en ciudades
muy lejanas a los hechos


La distancia simplifica todo,
como la pantalla de la TV,
desde donde dos bellos monigotes
dicen saber qué está pasando


La historia es nueva,
milenaria y reiterativa.
los errores son compartidos
y los muertos enterrados


Fosas de eternidad,
de glorias y fracasos,
hacen sentir bien a millones
y no sentir nada a miles


Falacias bien estudiadas
narran otro capítulo
que argumenta sólo paz,
amor y tecnología


Todo terminó –para ellos-
la lucha recién comienza,
el dolor y la memoria
siguen ganando combates decisivos

Prisionero de Guerra

Las barreras del enemigo
están ya muy cercanas,
el horizonte se aproxima
y las tensiones crecen


Nuestras banderas
no están en su lugar
y algunos colores
han cambiado de tonalidad


Las trincheras huecas
fueron superadas,
las fronteras están
tras nuestras espaldas


Un hierro frío
divide nuestra visión,
el cemento opaco
sostiene nuestros sueños


Los años se van sumando
y el cabello desaparece.
Algunos disparos
siguen sonando a lo lejos

viernes, 23 de noviembre de 2007

TELEFONIA CELULAR (I° parte)

_ HOLA, Cecilia, sí, soy yo, Mariana. ¿Cómo andás? Yo, nada, acá estoy. ¿Eh? Sí, discutimos de nuevo con Alfredo. No, todo mal (silencio, exhala por la nariz), nos separamos. Sí boluda, ya lo decidimos, nos separamos. ¿Y, la nena? Ya sé la nena, pero que querés que hagamos, esto no da para más, vos lo sabés mejor que nadie, ¿O para qué hablamos tantas veces? Bueno disculpá, pero ¿qué querés? Estoy para el culo. No, ya sé, lo hablamos mil veces pero esto está completamente desgastado, además, todas las actitudes que te conté de Alfredo se fueron acentuando en estos últimos días. Y sí, ¿cuánto tiempo más me iba a aguantar que se pare de la mesa para leer los mensajes de texto? Otra, (elevando el tono de voz) el tipo puso Internet en casa y jamás se atrevió a abrir acá su messenger. ¿Por algo será, no te parece? No, (baja el volumen) está en el living mirando los dibujitos. ¿Qué? No, yo estoy con el celular del laburo en mi cuarto, así que no hay problema.
¿Querés que te cuente? Nada, lo de siempre, casi no nos hablamos, la cena es un velorio, apenas si la nena nos distrae un poco y nos obliga a decir algunas palabras. Cuando no es el fútbol es el tenis, ahora el rugby, pero siempre hay algo que se interpone en toda posibilidad de charla entre nosotros (Se rasca la cabeza, piensa). Lo nuestro no camina ni para atrás ni para adelante. Vos tenés claro que Alfredo está muy distante hace tiempo. Desde que Mariano y Carla se separaron fue como que hizo un click. ¿ Qué ? Si yo te conté que esa noche, cuando me llamó Carla y le dije que se divorciaban, fue como que se cegó. No habló más en toda la noche y cuando llegó a la pieza, se acostó, apagó el velador de su mesita de luz, y en vez de decirme “buenas noches” me dio la espalda y me dijo “chau”. ¿Qué ideas mías? Chechu, por favor, fue toda una señal, además hace mucho que apenas me besa para saludarme y sabés como pienso al respecto: “El que no come en casa es porque come afuera” (Entra al cuarto la hija con un muñeco de Barney entre sus manos). A ver, esperá. Sí Roxy, ya voy, mirá un poco más la tele que Mami está hablando, ¿Dale?
Hola, disculpá. ¿En qué estaba? Ah, sí, la comida, eso también, la comida: el tipo no hace otra cosa que criticarme la comida; que me olvido de ponerle sal al agua de las pastas, que la salsa está demasiado ácida, que la ensalada está mal condimentada, ¿que querés? Una no es de fierro, tampoco me iba a aguantar toda la vida. ¿Qué? Sí, te escucho (Deja por un rato hablar a su amiga. Le contesta todas sus inquietudes).
Parecés mi vieja con la historia de la familia y de la nena, ustedes se piensan que yo no estuve maquinando todas esas cosas, claro, se me ocurrió separarme y listo, la loca soy yo (se le afloja la voz). No, ya sé, pero no es fácil pensar en vivir sola y todo lo que eso acarrea para la nena, que en definitiva es quien más va a sufrir, pero tampoco es bueno que viva en el medio de una pareja que está resquebrajada por donde la analices. Mirá, hace más de un mes charlamos lo de la terapia de pareja pero él se hizo el dobolu y nunca más me habló del tema, es evidente que no le interesa. Yo ya me hice la tonta con su historia con la compañera de la facu cuando éramos novios, y aquella vez de la secretaria, esa que le duró tres semanas, también la dejé pasar, pero esta forma rara de comportarse a esta altura del partido sobrepasa todos mis límites. ¿Qué? No me vengas ahora con que yo también hice de las mías; vos sabés que la historia con Nicolás fue una aventura de una noche cuando las cosas con Alfredo estaban bastante mal, justo antes de quedar embarazada de Roxy; no comparemos, te pido por favor. Este tipo hace tiempo que lo único que aporta a esta casa es presencia y guita, ya no le da bola ni a la hija. Ahora, al fútbol de los lunes y jueves, le agregó paddle los martes, y los viernes no se los toques porque son los viernes de los amiguitos, esa manga de pelotudos que lo único que hacen es juntarse, ponerse un poco en pedo y contar las mismas anécdotas pedorras de cuando tenían veinte años. A ver, bancanme un segundo (Su hija vuelve a entrar al cuarto, refregándose los ojos).
­ ¿Estás con sueño bebé? Mami está hablando con la tía Cecilia, esperame en tu cuarto que ahora hacemos al agua pato y te preparo la comidita. ¿Sï, Chechu, estás ahí?. Perdoná, esto es medio complicado, me va a explotar la cabeza. (Mariana escucha durante un largo rato. Se sienta en la cama y masajea su frente con una mano. Mirándose los pies retoma su alocución).
Sí, mirá, eso más o menos lo hablamos, le vamos a decir que Alfredo se va de viaje por trabajo durante una semana y a partir de ahí vemos cómo lo encaramos, pero ayer discutimos mal y nos dimos cuenta de que esto no da para más. Sí, para tanto (hace una pausa), igual en algún momento te lo iba a contar: nos fuimos a las manos, yo le tiré un cachetazo por una barbaridad que me dijo y el muy hijo de puta me lo devolvió. En serio. No, por suerte no me quedó ninguna marca, imaginate. ¿Una denuncia? Ni loca, más quilombo, yo quiero vivir en paz con mi hija y que este turro me pase todo lo que nos corresponde, porque la nena no va a dejar por nuestros problemas ni danzas ni inglés ni un carajo, y vos sabés que eso sola no lo puedo bancar. No, obvio, el “Uno” me lo quedo yo, que se meta el “Megane” donde ya sabés, yo sólo quiero lo que me corresponde. (Su hija entra al cuarto llorando con una muñeca sin vestido y sin cabeza).
¡Roxana, por favor!, te pedí que me esperes en tu cuarto (La nena se tira al piso y continúa llorando) Chechu, Chechu, te dejo. Sí, listo, no te hagas drama, cualquier cosa te llamo. Un beso. Saludos a Claudio y a los chicos (Deja el teléfono sobre la cama).
Vení amorcito, vení a upa de Mami.

VIERNES, 7 P.M. (II° parte)

Alberto, me traés otro cafecito. Este celular de mierda. Alberto, por favor, dejámelo en la barra que voy a hablar por teléfono. Don Julio, ¿ Le uso el teléfono un minuto? Gracias. Cuatro, este, seis, dos, ocho, cinco. Atendeme Marianito. Mariano, ¿Qué hacés, dónde estabas? Uh, te estabas bañando, ¿Querés que te llame más tarde? Bueno, mejor si hablamos ahora porque después con todos los chicos va a ser más complicado. Y sí, adivinaste, discutimos con Mariana, pero mal, nos fuimos al carajo. No, nos fuimos a las manos, me empezó a romper las bolas con el tema de mis horarios y de que nunca estoy en casa y me pudrió; ahí nomás comencé a decirle todo lo que pensaba sobre nosotros.
Sí, le dije que me tenía harto con sus discursos sobre el fútbol, el paddle, mis amigos y sus comentarios irónicos sobre mi vieja. Sí, no aguanté más, y el problema es que empecé yo a decirle todo lo que me molestaba de ella y no pude parar. Empecé hablando sobre sus pensamientos en voz alta, que sollozaba para que la escuchara, cuando le estaba contando algo de ustedes; nunca se puso a pensar que le estaba hablando sobre mis amigos, pero claro, que saben las minas de la amistad, si a lo sumo tienen compañeritas de trabajo, son víboras que se inyectan el veneno entre ellas: “que mirá el pelo, que se hizo las tetas”, te juro que no aguantaba más y cuando metió a la nena en el medio de la discusión te juro que me dieron ganas de ahorcarla; si nunca les faltó nada: quería que fuera a inglés y a danza, la nena va a inglés y a danza, quería hacerle el cumple en el pelotero de Libertador, le hicimos el cumpleaños en el pelotero de Libertador, dejame de joder, encima me saltó con que mis actitudes le generaban sospechas. Por fin se dio cuenta pensé, te juro. Me recriminó que no abro el messenger en casa y no sé cuantas boludeces más, hasta que me salió con cosas de hace diez años y no me pude controlar.
No, me fui al carajo, le dije que nunca había sentido real placer con ella, que era una frígida de mierda y me metió un cachetazo. ¿Qué hice? Se lo devolví. Sí, te juro que hacía tiempo que no sentía una descarga como la que tuve en ese momento. Y sí, se puso a gritar como una loca, que me fuera, que quería el divorcio y que quería la mitad de todo: hija de puta, hace como cinco años que se rasca y quiere la mitad de todo, pero no me importa, te juro que con tal de que no me joda más y me deje ver a la nena sin hacer mucho quilombo me importa poco y nada. Vos la conocés, sabés cómo Mariana es capaz de sacarme, todos los desplantes que me he bancado en público y todo ¿Para qué, para defender a la familia? Si hace años que la familia era una hipocresía que sólo se sostenía por la nena. Gracias, Alberto. Sí, estoy acá en el bar, me vine a tomar un café antes de ir para lo de Martín. Disculpá que te joda, pero necesitaba hablar con alguien antes de que nos juntemos, igual cuando terminemos de cenar supongo que les contaré a todos.
¿ Hoy? Me voy a dormir a lo de mi vieja, y mañana voy a ver si llevo algunas cosas al depto que mi viejo tiene desocupado en Caballito. Sí, me vino como anillo al dedo, los inquilinos se fueron la semana pasada, así que mejor imposible. No, a la nena le vamos a decir que me voy una semana de viaje y después vamos a ver cómo lo manejamos. Ella quiere que lo hablemos con la piscopedagoga del jardín, así que no sé, total que no me moleste le voy a dejar que maneje las cosas ella; si hasta me habló de hacer terapia de pareja, como si un tercero se pudiera meter en la cama y solucionar nuestros problemas.
Bueno, mirá, tengo gente al lado, la seguimos después. No, no hace falta, nos vemos directamente allá. Gracias ¿ Te queda alguno de esos vinitos que trajiste de Mendoza? Bueno, me parece que hoy me van a venir bien un par de tragos. Listo, ci vediamo dopo. Don Julio ¿Cuánto le debo con los dos cafecitos? Acá le dejo. Gracias. Chau, Alberto, nos vemos mañana. Sí, si Dios quiere.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Q.E.P.D.

Los jeans desflecados en sus botamangas y los cabellos prolijamente despeinados. La joven pareja camina lentamente por los pasillos del cementerio de Olivos, compartiendo los auriculares del I-Pod en los que suena fuerte un viejo reggae. Quien no pita del cigarrillo de marihuana que armaron antes de ingresar vigila que nadie los siga. Se miran y sonríen cómplices. Ella retiene el humo y lo besa; él aspira y mira al cielo: lo exhala despacio, dibujando aros casi imperceptibles. Cree que ya es suficiente y apaga el cigarro humedeciendo la yema de su dedo índice y apretándola contra la brasa.
Los cuidadores del lugar toman mate bajo la copa de un paraíso: aguardan que sean las seis de la tarde para fichar y volver a casa. Una viuda termina de acomodar su ofrenda floral, mira el reloj, se detiene azorada por la actitud de la pareja de adolescentes y se marcha a paso raudo. Las últimas luces del día la acompañan hasta la salida de la calle Pelliza.
Se besan. Ella juguetea con su lengua en la oreja de su novio que, tras bajarle el cierre de la campera y evitar con su mano el sweater y la blusa, le acaricia la espalda. Llega al corpiño y en dos movimientos, con tres dedos, logra desabrocharlo; su mano rodea la cintura de su novia, y tras una fugaz caricia en el ombligo se decide a subir en busca de sus senos.
Los floristas comienzan a cerrar sus puestos. Las marmolerías de la calle de enfrente bajan sus persianas. En los distintos accesos, los hombres encargados de la seguridad, cierran los portones de hierro y esperan a sus compañeros del turno noche para hacer el cambio de guardia.
Los pezones crispados. Ella se siente húmeda y aprieta con los muslos la pierna derecha de su novio. Ríen. Se miran y tomados de la mano se dirigen hacia la zona de las bóvedas. Programan en su pequeño aparato musical una serie de baladas de los Rolling Stones que grabaron dos días atrás.
Los faroles corroídos que aún tienen sus focos apenas iluminan el lugar. Un cortejo fúnebre, que se retrasó por la llegada tardía del cura que debía realizar el responso, se retira. En el último de los autos una mujer llora sin consuelo.
El espacio entre dos bóvedas parece ser el lugar indicado. Cuando él le levanta la blusa ella golpea su cabeza contra la pared granítica. La baja temperatura no les afecta. Le toma una de sus manos y la conduce hasta la cremallera de sus pantalones; ella entiende el mensaje, le baja el cierre y le afloja el cinturón. Luego se arrodilla. Ambos saben que para salir del cementerio deberán saltar el muro.

Q.E.P.D. (II)

Cada sábado ella llegaba hasta el cementerio con su ramo de claveles rojos y blancos, en alusión a los colores del equipo de fútbol del cuál su hijo era simpatizante. Saludaba a los hombres de la entrada principal, que a fuerza de verla los mismos días y a la misma hora ya la reconocían, y al ingresar le daba un beso a los pies de una imagen de Jesús tallada en mármol, donde dejaba en un florero un clavel de cada color.
Siempre vestía una pollera gris, un saco de hilo negro, y usaba el cabello recogido. Los anteojos oscuros la acompañaban aún en los días nublados y en la cartera llevaba un alambre fino que usaba para atar las flores y que quedaran juntas.
Después de pasar por la zona de los nichos doblaba a la izquierda para rezar un Padrenuestro en la pequeña capilla. Si coincidía con alguna misa, esperaba que ésta terminara para orar en soledad, bajo un vitreaux con la figura de San Pedro. Al salir de allí, tras reclinarse y persignarse dos veces, caminaba en dirección de la tumba de su hijo, que estaba detrás del crematorio.
Algunas veces se detenía en el camino para ver en qué condiciones estaba la sepultura de una prima que poca gente visitaba; cada tanto le llevaba algún ramo de siempre vivas. Al llegar finalmente a destino, sacaba de su cartera una franela naranja y lustraba el acrílico que protegía la foto de Mariano, quien se había accidentado fatalmente en su motocicleta.
Doblaba la franela, la guardaba, quitaba las flores que había dejado el sábado anterior y las apoyaba en el piso. Tomaba la vasija y en una rejilla situada a unos quince metros arrojaba el agua. La cargaba con el agua que traía en una botella plástica de medio litro y acomodaba los claveles, intentando que quedasen intercalados los blancos con los rojos. Los ajustaba un poco con el alambre y arrodillada a un costado rezaba un Credo. Luego le hablaba al frío mármol, como si su hijo pudiese escucharla, y le contaba las novedades de su familia:
_ Cómo verás, papá sigue prefiriendo no venir. Dice que no puede, que le hace mal, que recordarte en vida es lo mejor que puede hacer.
A veces no podía contenerse y su monólogo era interrumpido por un sollozo que luego se convertía en llanto. Cuando así sucedía, se quitaba los anteojos, secaba sus lágrimas con un pequeño pañuelo y se agachaba para poder besar la foto de quien fuera su único hijo. Abrazada a la lápida, se serenaba, encontraba cierta paz. Besaba nuevamente la foto, acomodaba una vez más los claveles rojos y blancos y trabajosamente se ponía de pie. Permanecía quieta unos minutos, en silencio. Luego se marchaba con pasos cortos, casi sin levantar los pies del asfalto, sin darse vuelta ni una sola vez.