jueves, 24 de marzo de 2011

Desencuentro

Venía del llanto, pero estaba en paz. Ahora tenía que seguir adelante, como siempre. No se rendiría nunca. Guardó la caja con las fotografías en el armario de la madre y se marchó a su cuarto. Lo que vendría de allí en adelante no sería fácil, pero tenía un mundo, su mundo, por descubrir.
En la plaza, de niña, junto a su hermano, disfrutaba de las hamacas y el tobogán, donde más de una vez enganchó en un tornillo flojo los vestidos con volado que su madre se empecinaba en ponerle, aunque ella le sugiriera que la vistiese con un short y unas zapatillas cómodas en lugar de los zapatos Guillermina.
Aquellas tardes habían sido felices, a pesar del extremo cuidado que ponía Martha sobre Verónica y su hermano Julián, que era tres años menor. Temerosa de los golpes, los posibles accidentes o de que pudiera hablar con un extraño, su madre la seguía de cerca y le acomodaba los largos cabellos rubios cada vez que la tenía a mano. Papá Augusto no solía acompañarlos a la plaza, tampoco al cine; después de llegar del trabajo acostumbraba a encerrarse en el garage donde armaba sus aviones y barcos de madera balsa o de plástico. Pasaba horas allí encerrado entre goma de pegar, pequeños planos y la precisa luz de un velador.
Una vez que estuvo en su cuarto encontró una mirada triste en el espejo.Martha se había ido a hacer unas compras y su hermano estaba en la casa de un amigo, donde ensayaba, muy a pesar de sus padres, con un conjunto de rock. Papá Augusto, en su garaje, no se daría cuenta de nada. Dos años atrás se había jubilado y su afición por el aeromodelismo y los barquitos armables se había acentuado de forma proporcional a las horas libes que tenía. Verónica y Julián, nunca lo interrumpían. Sólo una vez ella entró corriendo al garage, escapando de su hermano en un juego, pensando que allí no había nadie. Nunca olvidó el reto de su padre. Y sentada en su escritorio lo recordó una vez más.
Bajó de su cuarto recién cuando su madre la llamó para cenar. Algo más recuperado su semblante, casi no levantó la vista del plato, hasta que aquella frase la hirió de nuevo, y miró a su padre a los ojos, buscando respuestas que nunca encontraría; y miró con desdén a su madre, la del cuidado extremo, la que había hecho lo imposible para que se peleara con el novio que tuvo a los diecisiete años, popular en el barrio porque presidía el centro de estudiantes del colegio.
En la quinta de unos amigos, ante la proximidad de unas elecciones presidenciales, Verónica había intentado instalar el tema en la mesa, pero su padre la reprendió aduciendo que todos los políticos eran iguales, que no tiene sentido perder el tiempo en estas “habladurías”. Y se guardó sus opiniones para debatirlas en la facultad con los compañeros de psicología, carrera a la que había accedido tras largos debates con su madre, quien en una oportunidad llegó a pedirle con lágrimas que siguiera medicina, para completar quizás el sueño que le había quedado trunco desde que ella y Julián llegaron a su vida.
Después de la cena pidió permiso para subir a su cuarto: “tengo que estudiar”. Esa noche no pudo conciliar el sueño. Dio muchas vueltas en la cama, con un dolor en el pecho que la ahogaba y recordó situaciones que entonces iban cobrando otro sentido. Fue hasta el baño a refrescarse la cara, y se tiró del cabello, sujetándolo fuerte. Clavó la mirada en los ojos enrojecidos que encontró en el espejo del botiquín, y no los halló parecidos a nadie, ni siquiera a Julián, el único inocente de esa historia. Con las manos apoyadas en el lavamanos se preguntó una y otra vez qué hacer con su hermano, si debía contarle sobre aquellas fotos con recuadro blanco y la fecha grabada en uno de los costados.
— No sé a quién salís!!! Siempre la misma machona, jugando a lo bruta.
El calor en el cuerpo la estremeció. Ella sólo estaba jugando a la mancha con su hermano menor, escapaba de la posibilidad de ser tocada, sabiendo que en el garage podría dar vueltas alrededor de la mesa y Julián no la alcanzaría.
— ¿Estás bien, hija?
Verónica argumentó desde el baño que sólo estaba tomando un poco de agua; le pidió a Martha que no se inquietara y que se fuera a dormir. Al otro día decidió hablar con una compañera de clase, la invitó a tomar un café pero estuvo dispersa durante los cuarenta minutos que duró la conversación, y no se animó a decirle nada. Su amiga se marchó y ella le pidió al mozo una cerveza; quería que su dolor, su decepción, naufragara al menos en un poco de alcohol. Dos horas después llegó a su casa tambaleante, y justo cuando se tropezaba con el primer peldaño de la escalera que la llevaba hasta su cuarto, escuchó la voz de su padre:
— ¿Vos estás borracha o me parece? Ja, lo único que nos faltaba a tu madre y a mí, con todo el sacrificio que hemos hecho este tiempo por vos y tu hermano, para que llegues de esa facultad……..
Hermano, hermano, hermano .
Se recompuso casi al instante y subió rápido. Al pasar por el cuarto de su madre pensó en volver a revisar esa caja de zapatos con fotos antiguas, pero esta vez podían descubrirla. Cuando su padre se internara de nuevo en el garaje secuestraría aquella foto. Se quedaría con ella hasta que fuera necesario, o hasta que se animara a planteárselos a Martha y a Papá Augusto.
Durante los meses siguientes, Verónica hizo cálculos y supo, entonces, que las primeras fotos que su madre tenía con ella eran de cuando ella tenia dos años. Su madre la notaba distante, pero Papá Augusto ni lo percibió, o no se lo hizo saber a nadie. Martha veía que apenas terminaba de cenar se marchaba a su cuarto, y que cualquier tema era un buen argumento para recriminarle cosas del presente y del pasado, por más lejano que éste fuera.
Repasó las fotos blanco y negro amuradas en las paredes de la sala de espera, aguardando encontrarse parecida a algunos de los hombres y mujeres allí exhibidos. Le sudaron las manos. Se emocionó al ver salir del edificio a una señora mayor tomada del brazo de un joven de su edad. Tejió historias. Elucubró situaciones terroríficas. Pensó en cómo habrían sido sus primeros meses juntos a los pechos inagotables de su verdadera madre.
Cuando la llamaron para llenar la solicitud previa al examen de ADN que había decidido hacerse, husmeó en su bolso la fotografía de su madre sin el embarazo debido para esa fecha y se puso de pie, le extendió la mano a la señora que la atendió y temblorosa escribió uno a uno sus datos, tras dudar en el momento de poner el apellido. Una vez que terminó con todos los requisitos, pudo volver a casa y con el sobre que contenía la foto, les pidió a sus padres hablar antes de la cena.
— Julián, andá a tu cuarto, parece que tu hermana tiene cosas importantes que decir.
—Augusto, no es forma de decirlo.
—Por favor, Martha…
—Está bien –dijo Verónica- igual quedate, vos sos parte de esta familia. En todo caso el problema soy yo.
Todos se sentaron a la mesa: Papá Augusto, con el gesto irritado pero expectante por saber con qué se saldría su hija. Martha, temerorosa, lo presentía; algo había activado la bomba que ella misma había creado veinte años atrás. Julián se acomodó el jopo sobre la frente y rompió el silencio: “hacela corta, hermanita, contanos de qué se trata”.
Los discursos que había imaginado para ese momento se diluyeron en su mente y solo atinó a sacar la fotografía de Martha bailando sin embarazo y, tras mirarla una vez más, quizás aguardando que todo aquello fuera una pesadilla, la expuso frente a la vista de quien hasta unos meses había sido su “mami”.
—Te lo dije, Augusto –balbuceó Martha con la voz quebrada.
—No seas tarada y cállate. Muy linda mamá. ¿Y qué hacemos con esa foto?
Ella cerró los ojos y se le escaparon, como arena entre los dedos, las lágrimas más tristes de su vida. Augusto estaba intentando negar lo evidente, lo que ella había descubierto con una foto que no habían tenido la delicadeza de tirar o esconder algo mejor.
—Perdonanos, hijita – Martha se puso de pie e intentó abrazarla, pero Verónica se la sacó de encima con fastidio.
Entrecortada su voz, Martha le aseguró que ella siempre hubiese preferido decirle la verdad, pero lo habían hecho así para evitar que sufriera por no haber sido criada por sus verdaderos padres. Confundido por una situación que jamás había imaginado, siquiera en sus berrinches infantiles con su hermana, Julián solo atinó a preguntar: “¿Yo también…?”
—Bueno, basta de dramas. Tu madre y yo no somos culpables de nada. Te hemos dado una vida digna a lo largo de veintipico de años y ¿ahora qué, tenemos que aguantarnos reclamos de algún tipo?
—Augusto, por favor.
Verónica invitó a su madre a sentarse y les pidió que le contaran todo lo que supiesen de sus padres, cómo se llamaban, de dónde eran, y por qué la habían abandonado, “si es que me abandonaron” agregó ya con la voz quebrada.
Martha le relató la historia de unos amigos conocidos de un
matrimonio imposibilitado de mantener a su nueva hija y que decidieron darla en adopción, pero habían preferido no tener contacto con los padres adoptivos para evitar algún día querer recuperarla; la historia que ellos mismos habían creado para, quizás, ese momento acaecido veintidós años después. Verónica les aseguró que algún día sabría toda esa verdad callada durante tanto tiempo, subió a su cuarto y solo salió de allí para ir a la facultad y para buscar algo de comida en la heladera. El plan de irse a vivir con una amiga lo concretaría en cuanto consiguiera trabajo.
Diez días después le confirmaron que estaba listo el análisis de ADN y esa misma tarde fue a buscarlo. Tomó lo último de sus ahorros y decidió ir en taxi. En el viaje repasó situaciones de su niñez, e intentó adivinar en imágenes grises las caras de sus padres. Recordó todo lo que había leído sobre las torturas a las mujeres en los campos de concentración clandestinos, y se tomó la barriga en un gesto desgarrador. Hacía semanas portaba un comprimido ansiolítico de los que usaba su madre para dormir y decidió que era un buen momento para tomarlo.
—En la esquina, por favor.
Aguardó de pie a que la llamaran. Impaciente, observaba el reloj pulsera que le habían regalado a los quince años; con desprecio lo guardó en su bolso. Cuando aquella voz pronunció su nombre, supo que esa podría ser la hora de la verdad.