viernes, 16 de mayo de 2008

Fotografías de la conciencia

Los primeros fríos intensos del invierno habían maltratado a Braulio. Una gripe lo obligó a faltar a su trabajo por primera vez en muchos años, pero igualmente, a fuerza de costumbre, se levantó a las seis y media de un día que jamás podría olvidar.
Mientras tomaba su café y leía el diario que habitualmente sólo podía hojear, pudo disfrutar del desayuno con su mujer y sus hijos, que iban despertándose para cumplir cada uno con sus obligaciones.
Braulio, aún en pijamas y con su gripe a cuestas, preparó una pila de tostadas y una tetera desbordante con la que recibió a María, su esposa, y a sus cuatro hijos, que saludaron extrañados a su padre por verlo allí un día de semana.
_¿Hoy no trabajás, papi? Preguntó Agustina, la menor de apenas cuatro años.
_ No, papá está muy resfriado, así que hoy se va a quedar en casa – contestó, María su esposa -. Vamos, tomen el té, que tenemos que irnos antes que se haga tarde.
Cuando se disponían a salir de la casa para subirse al Renault 12, María se detuvo para atender una llamada telefónica: era la señora de los quehaceres domésticos; le quería avisar que su marido había tenido un accidente y que no iba ir a trabajar.
Braulio tendría que prepararse el almuerzo y aguardar el regreso de su familia en soledad. Reacio a quedarse en cama, optó por acostarse en el sillón del living y escuchar la radio mientras seguía leyendo el diario, que nada decía en contra del gobierno militar que había derrocado a Isabel Perón hacía algo más de un año.
A las once de la mañana se decidió a investigar la alacena y la heladera para ver que iba a cocinar. Cuando aún no se había decidido entre un churrasco con ensalada o unos fideos con manteca, lo sorprendió el llamado del timbre. Se puso el sobretodo encima del pijama y fue hacia la puerta; al abrirla se encontró con un sargento primero del ejército, que tras presentarse –maletín en mano -, le pidió que le convidara un café.
Braulio, atónito por la situación, lo hizo pasar y le dijo que se sentara en una silla del living y que lo aguardara. Ya en la cocina, sirviendo los dos cafés, con el ceño fruncido, el dueño de casa se preguntó una y otra vez a que se debía aquella inesperada visita.
Al llegar al living encontró al militar husmeando en su biblioteca, asintiendo con la cabeza a medida que iba leyendo los lomos de cada uno de los libros que allí estaban acomodados.
_Aquí tiene su café –espetó Braulio para interrumpir ese acto que sentía como una violación a su intimidad -. ¿Azúcar?
_ No, gracias, lo tomo amargo –le respondió al mismo tiempo que se detenía frente a una mesa ratona que tenía fotos de los integrantes de la casa -. Hermosa familia, hermosa familia, lástima que uno tenga tan poco tiempo para disfrutarla.
Braulio, con las piernas temblorosas, no pronunció palabra alguna y decidió escuchar pero preguntar lo menos posible.
_ Que bonita es Agustina, sin dudas es quien más se parece a su mujer –continuó el sargento primero -. En cambio Florencia es mucho más parecida a usted, como sus hijos mayores. ¿Siguen yendo al Instituto Dorrego, no?
_ Sï - contestó con la voz quebrada al percibir toda la información que el visitante tenía de su familia.
El sargento terminó su café, se puso de pie y comenzó a caminar dando vueltas alrededor de la mesa. Al pasar al lado del teléfono, lo descolgó y comprobó que el mismo tuviera tono.
_Que pena lo del marido de su empleada, la gente tendría que tener más cuidado cuando anda en bicicleta, ¿no le parece?
Braulio ni contestó. No dejó de revolver aquel café, que ya estaba frío, mientras pensaba en su familia en todo momento.
El sargento volvió a sentarse en la misma silla y apoyó el maletín que traía consigo sobre la mesa. Braulio se secó la transpiración de la frente con el pañuelo que tenía en el bolsillo de su pijama y en un movimiento, que intentó ser imperceptible, estiró su cuello para ver por sobre el maletín qué era lo que el militar iba a sacar de allí.
_No se asuste mi amigo, son sólo un montón de recuerdos – le dijo en tono burlón el sargento mientras sacaba un sobre de papel madera -. Tiene algunas fotos que vos, si me permitís que te tutee, creo que vas a reconocer.
Tomó presuroso el sobre y empezó a repasar las imágenes en blanco y negro que allí estaban cronológicamente ordenadas. Eran fotografías suyas de su juventud, en distintas manifestaciones y reuniones del Partido Socialista Democrático, y otras en las que se lo veía en el entierro de Alfredo Palacios, doce años atrás.
Totalmente desconcertado, el marido de María, respiró profundo y sintió que le bajaba la presión. El sargento fue hasta la cocina y le acercó un vaso de agua.
_Pecados de juventud, que le dicen- le susurró el sargento al oído con una mano apoyada sobre un hombro.
Braulio tomó toda aquella agua, se secó nuevamente la frente con el pañuelo y se animó a preguntar por primera y última vez: _ ¿Y?
_ Y nada. Eso sí, le voy a pedir prestado un libro, siempre es bueno saber que piensa el enemigo.
El sargento pasó por la biblioteca, tomó un ejemplar de “La fatiga y sus proyecciones sociales”, levantó el teléfono, balbuceó algo que Braulio no llegó a entender y abrió la puerta para despedirse: _Saludos a la familia, son las doce menos cuarto y las chiquitas deben estar por llegar del jardín. María y las nenas encontraron a Braulio sentado, con la mirada perdida, revolviendo el café y repasando esas imágenes remotas. Durante meses pensó junto a su mujer en la posibilidad del exilio, pero decidieron quedarse en el país, mirando siempre hacia atrás, sobre los pasos dados.