sábado, 17 de noviembre de 2007

Q.E.P.D.

Los jeans desflecados en sus botamangas y los cabellos prolijamente despeinados. La joven pareja camina lentamente por los pasillos del cementerio de Olivos, compartiendo los auriculares del I-Pod en los que suena fuerte un viejo reggae. Quien no pita del cigarrillo de marihuana que armaron antes de ingresar vigila que nadie los siga. Se miran y sonríen cómplices. Ella retiene el humo y lo besa; él aspira y mira al cielo: lo exhala despacio, dibujando aros casi imperceptibles. Cree que ya es suficiente y apaga el cigarro humedeciendo la yema de su dedo índice y apretándola contra la brasa.
Los cuidadores del lugar toman mate bajo la copa de un paraíso: aguardan que sean las seis de la tarde para fichar y volver a casa. Una viuda termina de acomodar su ofrenda floral, mira el reloj, se detiene azorada por la actitud de la pareja de adolescentes y se marcha a paso raudo. Las últimas luces del día la acompañan hasta la salida de la calle Pelliza.
Se besan. Ella juguetea con su lengua en la oreja de su novio que, tras bajarle el cierre de la campera y evitar con su mano el sweater y la blusa, le acaricia la espalda. Llega al corpiño y en dos movimientos, con tres dedos, logra desabrocharlo; su mano rodea la cintura de su novia, y tras una fugaz caricia en el ombligo se decide a subir en busca de sus senos.
Los floristas comienzan a cerrar sus puestos. Las marmolerías de la calle de enfrente bajan sus persianas. En los distintos accesos, los hombres encargados de la seguridad, cierran los portones de hierro y esperan a sus compañeros del turno noche para hacer el cambio de guardia.
Los pezones crispados. Ella se siente húmeda y aprieta con los muslos la pierna derecha de su novio. Ríen. Se miran y tomados de la mano se dirigen hacia la zona de las bóvedas. Programan en su pequeño aparato musical una serie de baladas de los Rolling Stones que grabaron dos días atrás.
Los faroles corroídos que aún tienen sus focos apenas iluminan el lugar. Un cortejo fúnebre, que se retrasó por la llegada tardía del cura que debía realizar el responso, se retira. En el último de los autos una mujer llora sin consuelo.
El espacio entre dos bóvedas parece ser el lugar indicado. Cuando él le levanta la blusa ella golpea su cabeza contra la pared granítica. La baja temperatura no les afecta. Le toma una de sus manos y la conduce hasta la cremallera de sus pantalones; ella entiende el mensaje, le baja el cierre y le afloja el cinturón. Luego se arrodilla. Ambos saben que para salir del cementerio deberán saltar el muro.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Imagino a Georges Bataille leyendo esto y sonriendo cómplice por compartir lápidas y erotismo.

Anónimo dijo...

estos dos relatos (QEPD I y II) me parecieron dos cortometrajes, una secuencia deimágenes, de fotos en sepia.Tienen atsmósfera, más este de la pareja. Me gustan mucho, Lucila