miércoles, 2 de enero de 2008

El tren rojo

- Que rica que estás, mami –partió ferviente el piropo. La imaginó sabrosa, dulce, o quizás extremadamente salada en este Enero agobiante.
Estación Villa Rosa. A las 6:16 sale un tren rojo más en busca de un Retiro que se despereza con los ruidos lejanos de los camiones que merodean el puerto.
Alberti. Suben los primeros changos sedientos de cartón, cobre y aluminio. Se intercambian saludos; se conocen del día a día, de la rutina de los mismos chistes, las mismas frustraciones y las mismas esperanzas algo resquebrajadas.
Grand Bourg. Bicicletas playeras con tierra entre los rayos y en el dibujo de las cubiertas estrechan el espacio para los viajantes. Los brazos cansados por la construcción para otros se muestran firmes, premonitorios de manos callosas, en algunos casos, a pesar de la juventud.
Los Polvorines. Don Torcuato. Faltan ocho para las siete. En los vagones comienza la lucha por los últimos asientos. Las caras en los pasillos también se reconocen. En el furgón los habitués se peticionan papel para tabaco y sacan de estudiados escondites bolsitas de nylon que guardan la futura huida tóxica en forma de hierba.
Boulogne Sur Mer. Punto neurálgico. Como Liniers para los habitantes del Lejano Oeste. Oficinistas del centro. Obreros de todo lugar, que combinan con colectivos para llegar al destino que a veces incluye sábado pagado al cien por cien.
Munro. Me pliego al grupo. Saludo con gesto adusto a los rostros adustos y con un cabeceo cómplice a los que traen los ojos colorados. Las bicicletas se acomodan prolijamente según el orden de descenso.
“Alcohol”, como lo conocen al pelilargo de unos cuarenta y pico, está desayunando su acostumbrada cerveza. En el bolso de cuerina tiene otro envase vacío, previsor, para la hora del almuerzo.
Florida. Ya otras ropas, otras agendas, otro perfume. Padilla, cerca de la Panamericana; ya quedan pocos habitantes en el furgón.
Siete y veinte. Aristóbulo del Valle, seudónimo ferroviario de Puente Saavedra; la marea humana hurga en carteras y bolsillos buscando el boleto que inflexibles piden los guardas de camisa rayada. La multa de cinco pesos es una descompensación salarial en los bolsillos flacos.
- Que rica estás, mami – la aduló con voz firme-. La rubia no se dio por enterada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La fatiga de leer en pantalla es una tarea libertaria comparada con la censura que ha portado la tinta.La imprenta brilló, estalló y sigue encandilando en la impronta de su manipulación. Tus textos se dejan leer muy bien en la moto catódica. Acaso la esquina mejor esperada para pintrar, sin adejtivos, a esos desangelados que viajan con un equipsaje de cicatrices. Un saludo,Juan

Unknown dijo...

Me subi en Villa Rosa y me baje en Florida con todos...
Es mas ! me comí el amague de que el piropo era para mi.
Grande, Tanus !